jueves, 17 de abril de 2008

Orlan_



Cuando la joven y brillante escritora Mary W. Shelley escribió dando vida -a sus 19 años- a este moderno prometeo: Frankenstein, estaba dándo(se) vida a ella misma en su otredad, al terrible monstruo de la diferencia (cualquiera que ésta sea) y al que la sociedad rechaza con horror de sí misma.

Estoy segurp que si alguna vez le hubiesen inquirido a Shelley sobre el modelo humano o mitológico en que se basó para escribir una de las historias más escalofriantes, hubiera contestado como Flaubert con su Madame Bovary: “Frankenstein soy yo”.

En el caso de Orlan, artista del performance, el “monstruo” es ella misma. Y ella misma “se da vida” a través de transformaciones performáticas donde su cuerpo es el espacio vital y entrañable para modelar(se), para reensamblar(se), para reconstruir(se), para diseñar(se) en libre albedrío, en contra de las imposiciones estéticas con que la sociedad de consumo nos tortura a las mujeres, a través de procesos dolorosos y humillantes que atentan contra nuestra salud física y mental.

Ejemplos de ello son, entre muchos otros, los famosos “corsés” que fracturaban costillas y dejaban sin aliento, o las fracturas de los pies de las chinas para que “cupieran” (chiquititos) en una mano masculina (sin importar el dejar baldadas a las muy “femeninas” dueñas de estas “preciosidades”) o las liposucciones y otras cirugías actuales de senos, de narices, de nalgas, de muslos, de orejas, de piel, cabello y ojos, para “colorearlos” y vernos cada vez más blancas, más rubias, más altas, más delgadas, con ojos claros (como de princesas imposibles), colonizando –para ello- a nuestros generosos cuerpos latinos a través de dietas que nos integren socialmente como mujeres que han “diseñado” su imagen y que son, por lo tanto, exitosas.

Hasta el presente, solamente podemos cambiar de apariencia; tal vez próximamente, con la manipulación genética, podremos cambiar totalmente y la metamorfosis ya no será un mito sino una realidad.


Orlan, trabaja con el arte corporal. Su obra implica una denuncia contra las presiones de una sociedad fetiche-consumista que impone arquetipos físicos de una estética "correcta" sobre el cuerpo. Ella ejecuta sobre su propia imagen una "puesta en escena", un performance de operación quirúrgica estética.


Orlan ha convertido su cuerpo en objeto de creación, a la búsqueda siempre de la denuncia y la provocación.


Orlan es transgresión y autodeterminación; cuerpo propio e identidad, han sido los principales motivos de la artista francesa. Fuga radical de la naturaleza en un acto subversivo que desmiente las diferencias de los sexos para desembocar en la androginia. La artista no acepta renunciar a nada, quiere convertirse en su propia madre y en su propio producto, demuele la frontera de los sexos, niega la falta, no hay carencia, ni muerte.

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